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martes, 26 de agosto de 2014

REFLEXIONES | La pobreza y la felicidad

 Hace varios años conocí a un hombre de aproximadamente 26 años que omitiré su nombre por razones de privacidad, días y noches enteras ponía en su Facebook, estados que revelaban la terrible depresión que sufría a cada momento del día, nos hicimos amigos, hablando durante horas y horas al día. Esta amistad termina después de su suicidio, ¿quién iba a imaginar que en verdad lo haría?, si había logrado que supere su tristeza y que siga adelante. Ahora me doy cuenta que decirle a alguien que está triste que viva y sea feliz, es como decirle a una persona sin piernas que corra.
Desde que yo era muy niño siempre conocí a un anciano que vivía en la calle, muy cerca de donde yo vivía en ese entonces, de mi juventud perdida. Su nombre era don Juanito, y su profesión era profesor de filosofía; vivía en la calle por un error en el contrato de alquiler que le hizo a un hombre malo cuando decidió dársela para que viva con su familia. La historia continuo con aquel maldito hombre adueñándose de la casa que don Juanito había invertido durante toda su vida. Con el tiempo don Juanito perdió su trabajo, gastó miles y miles de dólares para intentar recuperar su casa vida judicial pero no lo logró, quedándose así en la bancarrota total. Ahora, él vive en un pequeño baldío, cubierto por cartón y plástico, comiendo de lo que encuentra en la basura. Con el tiempo vio perder a sus hijos en accidentes de tránsito, a su mujer por un paro cardiaco; y ahora él, excelente profesor del pasado, vive de limosnas y buscando en los basureros. Don Juanito a sus 84 años, sigue riendo, sigue viviendo.
El gran Rabindranath Tagore, que en 1913 recibió el premio Nobel de Literatura dijo una vez: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te permitirán ver las estrellas”, haciendo referencia a que no debemos hundirnos en la tristeza, después de alguna perdida material o espiritual, de que no debemos ahogarnos en el vaso de agua de la melancolía, que por más que no veamos, nosotros, siempre estamos rodeados de pequeñas alegrías como las personas que nos quieren y las que preguntan por nosotros, las personas que dependen de nosotros y que marcamos su vida con una sonrisa en algún momento.
No nos encerremos en nosotros, que la necedad es el vicio de los tontos, todos en todo momento de nuestras vidas estamos en la capacidad de aprender cosas nuevas, y “no solo porque yo soy más mayor que tú, sé mucho más que tú”, eso es erróneo, una gran mentira, porque un viejo siempre puede aprender de un niño, así como un padre puede aprender de su hijo o un hermano mayor puede aprender de su hermano menor. Todos siempre podemos seguir aprendiendo en la vida, sino, también recordemos que nunca es tarde para aprender y que un día sin aprender algo nuevo es un día perdido.
La reflexión que les traigo ahora, despertó en mí un profundo sentimiento de tristeza, un malestar por aquellas personas valientes, más alegres que nosotros, y que viven la calle, que tienen que soportar intensas jornadas de frio y hambre, lejos del mundo de la comprensión o de la caridad, apartados del poder vivir, lejos del mundo del amor, del mundo del calor humano del mundo en que vivimos nosotros. Este tema no es importante, sino saldría siempre en la televisión, en las noticias, en la radio y en los periódicos, pidiendo ayuda a los que les sobra un poco de cariño; si hablamos de hombres adultos o jóvenes, no habría tanta preocupación, pero si hablamos de viejos, es decir gente mayor, nadie diría nada, ni siquiera quisiera ver porque un viejo es el futuro cadáver que a nadie le importa, más que a los futuros médicos para hacer sus prácticas.
Ellos no se rinden, aprendieron que cuando la felicidad les da la espalda, no ganan nada con rendirse y sentirse perdidos, el escritor argentino Ernesto Sábato, una vez dijo: “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”, jamás veras a nuestros queridos hermanos de la calle, las valiosas bibliotecas andantes rendirse sin antes pelear hasta el último.
La felicidad, queridos lectores está en las pequeñas cosas de la vida, lo que pasa es que a veces las preocupaciones y los vaivenes de la misma vida siempre nos tapan los ojos del alma y no podemos ver; la pena de la vida siempre se empecina en taparnos los ojos del corazón y no vemos; debemos aprender de ellos, que tienen mucho que enseñar; y nosotros mucho que aprender.

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